Historia de la fealdad (2007)



"Si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos, o pudiesen dibujar con las manos, y hacer obras como las que hacen los hombres, semejantes a los caballos el caballo representaría a los dioses, y semejante a los bueyes, el buey, y les darían cuerpos como los que tiene cada uno de ellos".

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1 comentario:

Tyler Durden dijo...

No son horas y no llevo un cuerpo muy católico para andarme con macrocomentarios tras un fin de semana un poco destroyer. Además, leí hace bastante tiempo este libro y tan solo recuerdo que me pareció interesante y algunas anotaciones que hice (siempre suelo hacerme resúmenes o tomar notas de TODOS los libros que leo). Historia de la fealdad es un libro de Umberto Eco que vendría a ser el reverso de su Historia de la belleza, un reverso interrelacionado no obstante. Si algo queda claro tras leer la obra (aparte de que Eco no sudó sangre escribiéndola -da la impresión de que ha ejercido más de director de orquesta que de escritor-) es que belleza y fealdad son algo cambiante y relativo. Nuestra humanidad, como bien ilustra el texto de Jenófanes que acompaña a las fotografías, es la medida de todas las cosas que nos rodean, pero el ser humana evoluciona en la noche de los tiempos y con él su visión de lo justo o lo injusto, de la bueno y de lo malo, de lo deseable y lo no deseable, y de lo bello y de lo feo.

Anoté un texto muy interesante de la novela El centinela, de Fedric Brown, en el que un (para nosotros) monstruo del espacio describe a los hombre como "criaturas demasiado asquerosas, con solo dos brazos y dos piernas, y aquella piel de un blanco nauseabundo y sin escamas...". Nos sentimos bellos en la medida en que somos como el resto, tras vernos día a día en el espejo. Los raros son los otros. Lo feo es lo extraño.

A un occidental una máscara africana le podría parecer horrible, pero para este nativo la imagen de un Cristo ensangrentado y humillado solo le inspiraría horror y fealdad. Lo que no podemos negar, como dijo Darwin, es que independientemente de los motivos que produzcan nuestro desprecio y asco, esa expresión de disgusto y desprecio es un hecho incuestionable en todas las culturas.

El asco es algo inherente al ser humano.

¿A qué llamaban belleza los clásicos? Nunca les hubiera parecido Helena tal cosa; pues pese a su belleza, que desencadenó la guerra de Troya, nunca fue un modelo de virtud.

Otros sin embargo, han defendido abrazar la fealdad, la visión de Marco Aurelio de las grietas de una barra como de algo que forma parte del pan, con una inteligencia suficientemente profunda, dicen, no se ve fealdad en la naturaleza; San Agustín también creía que el horror formaba parte del orden natural, por tanto, había que abrazar el horror; el mal no existe sino como ausencia de bien. Pero si todo es bueno, y lo malo no existe como tal. Si todo es bello. ¿Qué hacemos con la naúsea, me pregunto? ¿Qué hacer cuando duele?

Tengo mil notas más; sobre el problema de la aceptación de la fealdad de Cristo, sobre Frank Frazetta y La bella y la bestia, Sade y su reflexión sobre el placer de las mases por las ejecuciones, los amantes de la fealdad, la fealdad industrial, el decadentismo entendido como lujuria de lo feo o la vanguardia como triunfo de lo feo, sobre el kitsch, el camp... pero estoy demasiado disperso y este comentario ya está demasiado deshilvanado como para abrir mil frentes más.

Solo diré que yo, personalmente, siento que hay algo que me atrae de lo feo, al igual que veo belleza en paisajes destruidos, o en el fuego que lo consume todo.

No lo abrazo, no lo acepto. Lo miro en silencio y pienso. La bobina, en cierto modo, es en muchas ocasiones otro espacio para lo feo y extraño. Mirénlo como yo, si quieren. Y disfrútenlo dentro de lo posible.