Marqués de Sade (1740-1814)

DOLMANCÉ: [...] Siendo la destrucción una de las primeras leyes de la naturaleza, nada de lo que destruye podría ser un crimen. ¿Cómo podría ultrajarla una acción que sirve tan bien a la naturaleza? Esa destrucción, de la que el hombre se vanagloria, no es por otra parte sino una quimera; el asesinato no es una destrucción, quien lo comete no hace más que variar las formas; da a la naturaleza los elementos de que ésta, con su hábil mano, se sirve para recompensar al punto a otros seres; y como las creaciones no pueden ser más que goce para quien se entrega a ellas, el asesino le prepara, por tanto, uno a la naturaleza; le proporciona materiales que ella utiliza inmediatamente, y la acción que los tontos locamente censuran no es más que un mérito a los ojos de este agente universal. Es a nuestro orgullo al que se le ocurre erigir el asesinato en crimen. Estimándonos las primeras criaturas del universo, hemos imaginado tontamente que toda lesión que sufra esta sublime criatura debería ser por necesidad un crimen enorme; hemos creído que la naturaleza perecería si nuestra maravillosa especie llegara a aniquilarse en este globo, mientras que la total destrucción de la especie, devolviendo a la naturaleza la facultad creadora que ella nos cede, le daría de nuevo una energía de la que nosotros la privamos al propagarnos; ¡pero qué inconsecuencia, Eugenia! ¡Pues qué! Un soberano ambicioso podrá destruir a su capricho y sin el menor escrúpulo a los enemigos que obstaculizan sus proyectos de grandeza; leyes crueles, arbitrarias, imperiosas, podrán incluso asesinar cada siglo millones de individuos... y nosotros, débiles y desgraciadas criaturas, ¿no podremos sacrificar un solo ser a nuestras venganzas o a nuestros caprichos? ¿Hay algo tan bárbaro, tan ridículamente extraño? ¿Y no debemos nosotros, bajo el velo del más profundo misterio, vengarnos ampliamente de semejante inepcia?



EUGENIA: Desde luego... ¡Oh! ¡Cuán seductora es vuestra moral, y cómo me gusta!...Pero, decidme en conciencia, Dolmancé, ¿nunca os habéis satisfecho en ese punto?


DOLMANCÉ: No me forcéis a revelaros mis faltas: su número y su especie me obligarían a ruborizarme demasiado. Quizás un día os las confiese.


SRA. DE SAINT-ANGE: Dirigiendo la espada de las leyes, el malvado se ha servido muchas veces de ella para satisfacer sus pasiones.


DOLMANCÉ: ¡Ojalá no tuviera otros reproches que hacerme!


SRA. DE SAINT-ANGE, saltando a su cuello: ¡Hombre divino!... ¡Os adoro!...¡Qué espíritu y qué valor hay que tener para haber gustado como vos todos los placeres! Sólo al hombre de genio le está reservado el honor de romper todos los frenos de la ignorancia y de la estupidez. ¡Besadme, sois encantador!


DOLMANCÉ: Sed franca, Eugenia, ¿no habéis deseado nunca la muerte a nadie?


EUGENIA: ¡Oh!, sí, sí, y ante mis ojos he tenido cada día una abominable criatura a la que desde hace mucho tiempo quisiera ver en la tumba.


SRA. DE SAINT-ANGE: Apuesto a que adivino quién es.


EUGENIA: ¿De quién sospechas?


SRA. DE SAINT-ANGE: De tu madre.


EUGENIA: ¡Ah! ¡Deja que oculte mi rubor en tu seno!


DOLMANCÉ: ¡Voluptuosa criatura! ¡Quiero a mi vez abrumarte a caricias que han de ser el premio a la energía de tu corazón y de tu deliciosa cabeza. (Dolmancé la besa en todo el cuerpo, y le da ligeras palmadas en las nalgas; se le pone tiesa; la Sra. de Saint Ange empuña y menea su polla; las manos de Dolmancé se pierden también de vez en cuando por el trasero de la Sra. de Saint Ange, que se lo presta con lubricidad; algo repuesto, Dolmancé continúa.) Pero, ¿por qué no habríamos de poner en práctica esa idea sublime?


SRA. DE SAINT-ANGE: Eugenia, yo detesté a mi madre tanto como tú odias a la tuya, y no dudé.


EUGENIA: Me han faltado medios.


SRA. DE SAINT-ANGE: Di mejor el valor.


EUGENIA: ¡Ay! ¡Tan joven todavía!


DOLMANCÉ: Pero ahora, Eugenia, ¿ahora qué haríais?


EUGENIA: Todo... ¡Que me den los medios... y entonces se verá!


DOLMANCÉ: Los tendréis, Eugenia, os lo prometo; pero pongo una condición.


EUGENIA: ¿Cuál? O mejor, ¿cuál es la que no estoy dispuesta a aceptar?


DOLMANCÉ: Ven, perversa, ven a mis brazos; no puedo aguantar más; es preciso que tu encantador trasero sea el precio del don que te prometo, es preciso que un crimen pague el otro. ¡Ven!... ¡O mejor, venid ambas a apagar con oleadas de leche el fuego divino que nos inflama!


SRA. DE SAINT-ANGE: Pongamos, si os place, un poco de orden en estas orgías: es preciso hacerlo hasta en el seno del delirio y de la infamia.


DOLMANCÉ: Nada más sencillo: el objetivo principal, en mi opinión, es que yo me corra dando a esta encantadora muchachita el mayor placer que pueda. Voy a meterle mi polla en el culo mientras, doblada en vuestros brazos, la magreáis como mejor sepáis; en la postura en que os coloco, ella podrá devolvéroslo: os besaréis la una a la otra. Y tras algunas correrías en el culo de esta criatura, variaremos el cuadro. Yo os encularé, señora; Eugenia, encima de vos, con vuestra cabeza entre sus piernas, me dará a chupar su clítoris: de este modo le haré perder leche por segunda vez. Luego, yo me volveré a colocar en su ano; vos me ofreceréis vuestro culo en lugar del coño que ella me ofrecía, es decir, que pondréis, como ella acabará de hacerlo, su cabeza entre vuestras piernas; yo chuparé el ojete de vuestro culo de la misma forma que habré chupado el coño; vos descargaréis, yo haré otro tanto mientras mi mano, abrazando el lindo cuerpecito de esta encantadora novicia, irá a cosquillearle el clítoris para hacerla correrse también.


SRA. DE SAINT-ANGE: Bien, mi querido Dolmancé, pero os faltará algo.


DOLMANCÉ: ¿Una polla en el culo? Tenéis razón, señora.


SRA. DE SAINT-ANGE: Dejémoslo por esta mañana; la tendremos por la tarde: mi hermano vendrá a ayudarnos, y nuestros placeres quedarán colmados. Pongamos manos a la obra.


DOLMANCÉ: Quisiera que Eugenia me la menease un momento. (Ella lo hace.) Sí, así es..., un poco más rápido, amor mío..., mantened siempre bien desnuda esa cabeza bermeja, no la recubráis nunca... Cuanto más tenso pongáis el frenillo, mejor es la erección... nunca hay que cubrir la polla que se está meneando... ¡Bien!... De este modo, vos misma preparáis el estado del miembro que va a perforaros... ¿Veis cómo se decide?... ¡Dadme vuestra lengua, bribonzuela!... ¡Que vuestras nalgas se posen sobre mi mano derecha, mientras mi mano izquierda os cosquillea el clítoris!


SRA. DE SAINT-ANGE: Eugenia, ¿quieres hacerle gustar el mayor de los placeres?


EUGENIA: Por supuesto..., quiero hacer cualquier cosa para procurárselo.


SRA. DE SAINT-ANGE: Pues bien, métete su polla en la boca y chúpala unos instantes.


EUGENIA lo hace. ¿Es así?


DOLMANCÉ: ¡Ah, qué boca tan deliciosa! ¡Qué calor!... ¡Vale para mí tanto como el más hermoso de los culos!... Mujeres voluptuosas y hábiles, no neguéis nunca este placer a vuestros amantes; los encadenará a vosotras para siempre... ¡Ah, santo Dios, rediós!...


SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Cómo blasfemas, amigo mío!


DOLMANCÉ: Dadme vuestro culo, señora... Sí, dádmelo que lo bese mientras me chupan, y no os asombréis de mis blasfemias: uno de mis mayores placeres es jurar cuando estoy empalmado. Me parece que mi espíritu, mil veces más exaltado entonces, aborrece y desprecia mucho mejor esa repugnante quimera; quisiera encontrar una forma de denostarlo o de ultrajarlo más; y cuando mis malditas reflexiones me llevan a la convicción de la nulidad de ese repugnante objeto de mi odio, me excito, y querría poder reconstruir al punto el fantasma para que mi rabia se dirigiera al menos contra algo. Imitadme, mujer encantadora, y veréis cómo tales palabras acrecientan de modo infalible vuestros sentidos. Pero ¡rediós!... veo que, por más placer que sienta, debo retirarme inmediatamente de esa boca divina, ¡dejaré ahí mi leche!... Vamos, Eugenia, colocaos; ejecutemos el cuadro que he trazado, y sumerjámonos los tres en la ebriedad más voluptuosa. (Adoptan la postura.)


EUGENIA: ¡Cuánto temo, querido, la impotencia de vuestros esfuerzos! La desproporción es demasiado grande.


DOLMANCÉ: Sodomizo todos los días a gente más joven; ayer incluso, un niño de siete años fue desflorado por esta polla en menos de tres minutos... ¡Valor, Eugenia, valor!...


EUGENIA: ¡Ay! ¡Me desgarráis!


SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Tened cuidado, Dolmancé; pensad que yo respondo de ella!


DOLMANCÉ: Magreadla bien, señora, sentirá menos el dolor; además, ya está todo dicho: la he metido hasta el pelo.


EUGENIA: ¡Oh, cielos! No ha sido sin esfuerzo... Mira el sudor que cubre mi frente, querida... ¡Ay! ¡Dios! ¡Jamás experimenté dolores tan vivos!...


SRA. DE SAINT-ANGE: Ya estás desflorada a medias, ya has ingresado en el rango de las mujeres; bien puede comprarse esa gloria a cambio de un poco de dolor; además, ¿no te alivian un poco mis dedos?


EUGENIA: ¿Podría resistir sin ellos? Hazme cosquillas, ángel mío... Siento que imperceptiblemente el dolor se metamorfosea en placer... ¡Empujad!... ¡Empujad!... ¡Dolmancé..., me muero!...


DOLMANCÉ: ¡Ay! ¡Santo Dios! ¡Rediós! ¡Recontradiós! Cambiemos, o no aguantaré más... Vuestro trasero, señora, por favor, y colocaos inmediatamente como os he dicho. (Se colocan, y Dolmancé continúa.) Aquí me cuesta menos... ¡Cómo entra mi polla!... Pero este bello culo no es menos delicioso, señora.


EUGENIA: ¿Estoy bien así, Dolmancé?


DOLMANCÉ: ¡De maravilla! Este lindo coñito se ofrece deliciosamente a mí. Soy un culpable, un infractor, lo sé; estos atractivos no están hechos para mis ojos; pero el deseo de dar a esta niña las primeras lecciones de la voluptuosidad es mayor que cualquier otra consideración. Quiero hacer correr su leche..., quiero agotarla si es posible... (la lame.)


EUGENIA: ¡Ay! ¡Me hacéis morir de placer, no puedo resistirlo!...


SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Ya me voy! ¡Ay! ¡Jode!... ¡Jode!... ¡Dolmancé, me corro!...


EUGENIA: ¡Yo hago lo mismo, querida! ¡Ay, Dios mío, cómo me chupa!...


SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Jura entonces, putilla, jura!...


EUGENIA: Bien, ¡rediós! ¡Descargo!... ¡Estoy en la más dulce de las embriagueces!...


DOLMANCÉ: ¡A tu sitio!... ¡A tu sitio, Eugenia!... Seré víctima de todos estos cambios de mano. (Eugenia se coloca.) ¡Ah, bien! Ya estoy en mi primera guarida..., mostradme el agujero de vuestro culo, quiero lamerlo a mi gusto... ¡Cuánto me gusta besar un culo que acabo de joder!... ¡Ay! Dejadme que os lo chupe bien mientras lanzo mi esperma al fondo del coño de vuestra amiga... ¿Podríais creerlo, señora? Esta vez ha entrado sin esfuerzo...¡Ay! ¡Joder, joder! No imagináis cómo lo aprieta, cómo lo comprime... ¡Jodido santo dios, qué placer siento!... ¡Ay, ya está, no aguanto más..., mi leche corre... y me muero!...


EUGENIA: También él me hace morir a mí, querida, te lo juro...


SRA. DE SAINT-ANGE: ¡La muy bribona! ¡Qué pronto se acostumbrará!


DOLMANCÉ: Conozco una infinidad de jovencitas de su edad a las que nada en el mundo podría convencer para gozar de otro modo; sólo cuesta la primera vez; una mujer sólo tiene que probar de esta manera para que no quiera hacer otra cosa... ¡Oh, cielos! Estoy agotado; dejadme que recupere el aliento al menos un instante.


[...]


EUGENIA: [...] retornemos, os lo suplico, al gran designio que nos inflamaba antes de que nos excitásemos.


SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Cómo! ¡Bribona, todavía piensas en ello! Había creído que la historia nacía sólo de la efervescencia de tu cabeza.


EUGENIA: Es el impulso más nítido de mi corazón, y no quedaré contenta hasta la consumación de ese crimen.


SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Oh! Bueno, bueno, perdónala; piensa que es tu madre.


EUGENIA: ¡Bonito título!


DOLMANCÉ: Tienes razón: esa madre ¿ha pensado en Eugenia al traerla al mundo? La muy tunanta se dejaba follar porque sentía placer, pero estaba muy lejos de pensar en esta hija. Que actúe como quiera a ese respecto; dejémosla en total libertad y contentémonos con asegurarle que, sea el exceso que fuere al que llegue en este caso, jamás se hará culpable de ningún mal.


EUGENIA: La aborrezco, la detesto, mil razones legitiman mi odio; es preciso que obtenga su vida al precio que sea.


DOLMANCÉ: Pues bien, puesto que tus resoluciones son inquebrantables, quedarás satisfecha, Eugenia, te lo juro; pero permíteme algunos consejos que, antes de actuar, se convierten en lo más necesario para ti [...].


[...]

4 comentarios:

spleen dijo...

Hola,

A mí me gusta mucho más "Justine" que este libro. De hecho cuando lo leí me pareció que podría ser una de esas obras atribuidas a Sade pero que no son suyas; o al menos hay pasajes que no parecen de él... ¿Tú qué opinas?

Tyler Durden dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Tyler Durden dijo...

Bueno. No soy un gran experto en Sade. Y aunque si haya leido Justine no sabria decir cual de los dos se acerca mas al "verdadero Sade". Quizas tambien influya que estamos ante traducciones que han podido ser realizadas por personas distintas...

Lo que si puedo decirte es que a mi este libro me gusta mas que Justine. Las aventuras de Justine se me hacian demasiado reiterativas, era como un Candido de Voltaire sin el talento de Voltaire. La filosofia en el tocador es mas crudo, mas tosco, cierto; pero me fascina esa tosquedad. Y quiza los intermedios sexuales entren muy forzados, pero en conjunto me resulta un libro sumamente interesante.

PD: perdon por la falta de acentos, pero tengo un virus que me impide ponerlos.

Tyler Durden dijo...

Actualización:

Nueva entrada: Marquis, el film de marionetas de Henri Xhonneux y Roland Topor dedicado al divino marqués.

http://labobinadepandora.blogspot.com.es/2014/10/marquis-1989.html